Elliott Sober en El significado de la causalidad genética hace una reflexión sobre
la importancia que tienen los genes (el genotipo) y el entorno en la expresión
de los rasgos de los organismos (el fenotipo); estos rasgos (morfológicos,
fisiológicos, conductuales, psicológicos, etc.) pueden incluir variedades de la
normalidad (estatura, peso, color de los ojos, inteligencia, etc.) o
manifestaciones de una enfermedad. Distingue dos funciones de los genes,
respecto a la herencia y al desarrollo, e intenta establecer las distintas
relaciones posibles entre los factores genéticos y los factores ambientales. De
acuerdo con estas relaciones, expone tres tipos de intervenciones mediante las cuales
se podría influir sobre un rasgo dado. La primera consistiría en determinar qué
genes están implicados, lo que podría ayudarnos a detectar el gen defectuoso en algunas enfermedades,
incluso antes del nacimiento (consejo genético); la segunda implicaría la
modificación de algún factor ambiental
que compense, al menos parcialmente, los efectos del gen defectuoso, y la última intentaría sustituir
el gen defectuoso mediante terapias génicas.
A continuación plantea cuatro
preguntas: 1. ¿Contribuyen los genes causalmente al rasgo? 2. ¿Cuánto
contribuyen los genes, en contraste con el entorno, a un rasgo? 3. ¿Qué genes
contribuyen a un rasgo? 4. ¿Cómo contribuyen los genes al rasgo? Para dar
respuesta a estas preguntas utiliza, por un lado, la genética cuantitativa, que
intenta mediante estudios poblacionales y análisis estadísticos relacionar
determinados genes con determinados rasgos (sobre todo para las tres primeras
cuestiones); y por otro, la genética molecular que analiza el gen en sí mismo,
la proteína que codifica y su función.
En mi opinión, el texto de Sober
refleja la complejidad detrás de los problemas de bioética; y no solo pienso
que es una reflexión necesaria, sino que en algunos casos puede ser insuficiente.
Entre los ejemplos de estudios
poblacionales, cita algunos que han dado lugar a grandes controversias éticas,
como la base genética de la diferencia
en el coeficiente de inteligencia (CI) entre blancos y negros
estadounidenses, o la de la orientación sexual en varones homosexuales. Lo
primero que hay que analizar cuando se plantea un estudio es qué se pretende
demostrar y si el diseño es el adecuado para dicho fin. En este sentido, el
tipo de estudios utilizados en la genética cuantitativa pueden determinar si
hay una relación estadísticamente significativa entre dos o más elementos,
incluso si se trata de factores de riesgo o de protección; pero no demuestran causalidad.
Además, habría que evaluar el diseño del estudio: ¿los test utilizados son los
adecuados y las mediciones son correctas?, ¿la muestra es representativa?, ¿se
han analizado posibles factores de confusión?… Sin querer profundizar en qué se
entiende por inteligencia y cómo se puede medir, en algunos casos se han empleado
test de inteligencia que no estaban adaptados a la población de referencia. Y
en el estudio de la relación entre un gen y la orientación sexual, la dudosa
selección de la muestra y su reducido tamaño, 40 individuos, no permiten
generalizar las posibles conclusiones. Por tanto, estudios con un planteamiento
inicial inadecuado, pueden llevar a conclusiones engañosas, que determinados
sectores interesados pueden aceptar y abanderar como ciertos, apoyados en su base científica, lo que supone una forma
de manipulación de la ciencia.
También se puede incurrir en otros
errores como la división o la ignorancia de conocimientos. Aunque la genética
cuantificadora precede a la molecular, en la actualidad la primera no puede
ignorar los hallazgos de la segunda al determinar qué factores pueden influir
en un rasgo o en el desarrollo de una enfermedad.
Según el diccionario de la Real
Academia Nacional de Medicina de España, un gen se define como «unidad fundamental
de la herencia, constituida por un fragmento de ADN que especifica un
polipéptido o un producto de ARN, e incluye exones, intrones y regiones no
codificantes de control de la transcripción. Ocupa un locus específico en el
cromosoma, y se transmite, como unidad de información genética, de una
generación a la siguiente»; aunque se suele usar con el significado de cistrón
«unidad más pequeña en la transmisión de la información genética, generalmente
en referencia al locus responsable de generar una proteína o polipéptido dado».
Si asumimos que un gen codifica una proteína, esta proteína puede tener funciones
diferentes en distintas vías biológicas, que pueden variar según el tipo
celular. Por lo tanto, la alteración de un gen puede tener consecuencias
diversas y afectar a varios órganos o sistemas. A su vez, en una vía celular pueden
estar implicadas múltiples proteínas, por lo que mutaciones en distintos genes
puede modificar vías comunes y dar lugar a manifestaciones similares. Esto nos
lleva a la diferencia entre enfermedades poligénicas o multifactoriales y
enfermedades monogénicas. La mayoría de las enfermedades son poligénicas, es
decir, varios genes contribuyen o predisponen a su desarrollo. Sin embargo, las
enfermedades monogénicas son minoritarias y hay que distinguirlas de los polimorfismos
(variantes frecuentes en la población, que no son perjudiciales e incluso
pueden representar una ventaja, y se asocian a la diversidad poblacional, como
los grupos sanguíneos). Además, las enfermedades monogénicas pueden presentar
diferentes fenotipos, según se trate de un gen dominante, codominante o recesivo;
o según el tipo y localización de la mutación (distintas mutaciones en el mismo
gen pueden dar lugar a la ausencia completa de la proteína que codifica, a una
proteína truncada, o a una proteína con alguna de sus funciones mermadas, pero
no todas; o no tener ninguna consecuencia). A la hora de evaluar la influencia
de los factores ambientales, habrá que tener en cuenta la clase de base
genética asociada a un rasgo o enfermedad, porque ya solo la genética puede dar
lugar a manifestaciones muy diversas.
En las enfermedades o rasgos
poligénicos, los genes actúan más como factores de riesgo o de protección que
como determinantes causales únicos, sin que ninguno de ellos sea necesario y
suficiente. Sin embargo, en las enfermedades monogénicas, sobre todas aquellas
en las que las mutaciones afectan a pocas bases o a una única base del ADN, es
posible demostrar experimentalmente la causalidad, de acuerdo con los
principios de asociación, dirección y temporalidad (existe una relación
unidireccional entre la causa y el efecto, en la que la causa precede al
efecto). Se detecta la mutación en el paciente; se determina la repercusión de
la mutación sobre la proteína que codifica y su funcionalidad, y se comprueba
que la mutación reproduce el fenotipo y su ausencia lo corrige, en un sujeto de
experimentación —en cierta forma, se adaptan los postulados de Koch-Henle de
causalidad para las enfermedades infecciosas—.
Por tanto, la mayor parte de los
rasgos y enfermedades son multifactoriales, en cuanto a los factores genéticos y
a los ambientales, mientras que las
enfermedades monogénicas son muy poco frecuentes. No obstante, son estas últimas
sobre las que las que las terapias génicas podrían actuar, bien sobre la proteína
o sus efectos, bien sobre el gen directamente. En la mayoría de los casos, no
es posible hacer una selección a la carta de un rasgo concreto mediante manipulación genética. Si queremos iniciar un debate ético sobre las
terapias génicas, primero debemos comprender su base biológica.
Este mismo principio se puede
aplicar a otras polémicas en torno a la ciencia. Por ejemplo, no podemos entablar una discusión sobre las vacunas, si
desconocemos sus tipos, mecanismos, ventajas y riesgos. ¿Qué significa que se
haya detectado una reacción adversa?, ¿es una asociación estadísticamente
significativa?, ¿se puede comprobar la causalidad de la vacuna? Si se demuestra
la causalidad, ¿existe un tratamiento para esa reacción adversa?, ¿hay que
limitar la población diana o suspender la vacunación?, ¿el riesgo supera al
beneficio? Respecto a las fuentes de energía, antes de optar por un tipo
tendremos que conocer en qué consisten, cómo se obtienen, qué riesgos
conllevan, qué ventajas…
En conclusión, antes de emprender
cualquier debate sobre la ética de una medida, técnica o avance científico, primero
tendremos que conocer sus fundamentos, de la forma más objetiva posible,
crítica, alejada de manipulaciones o presuposiciones.
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