Mi disposición acerca de
la ciencia es definitiva y completamente favorable, tanto si nos referimos a la
ciencia como conocimiento puro, según
la RAE[1]
«averiguar por el ejercicio de las facultades intelectuales la naturaleza,
cualidades y relaciones de las cosas», como a la ciencia aplicada.
El diccionario de la RAE
define la ciencia en su primera acepción como «el conjunto de conocimientos obtenidos
mediante la observación y el razonamiento, sistemáticamente estructurados y de
los que se deducen principios y leyes generales con capacidad predictiva y
comprobables experimentalmente». Si dejamos de lado el debate del método por el
que se obtienen esos conocimientos, el método científico, y su finalidad o
aplicación; el origen primario de la ciencia residiría en la búsqueda de respuestas a
preguntas del tipo ¿por qué? o ¿cómo?, que surgen de la curiosidad, de la
necesidad de entender el mundo que nos rodea y a nosotros mismos. Y no tiene
que existir siempre un objetivo ulterior, simplemente, la satisfacción de
comprender otra pieza del puzle.
Ahora bien, ni todos
tenemos los mismos intereses, ni podemos abarcar individualmente todas las
ramas del conocimiento. Incluso, es posible y respetable que haya determinados
temas de los que no queramos saber nada, bien porque no nos interesen, bien
porque no los consideremos de utilidad en nuestra vida diaria y tendamos a
optimizar nuestro tiempo; pero no porque les otorguemos una connotación
negativa. A menudo, el rechazo al conocimiento se basa en la mitificación, la
desconfianza o el miedo, y puede llevarnos a adoptar una postura pasiva o
abiertamente beligerante. Por una parte, se puede optar por la ignorancia con
la presunción de que el saber se asocia a un resultado desfavorable, que no va
aportar nada bueno; como se suele decir, hay cosas que es mejor no saber.
Podría parecerse a la actitud de aquel que no va al médico por si acaso. En mi opinión, partir de tales expectativas no está siempre
justificado, y negar la existencia de un problema, si lo hubiera, no lo hace
menos real. Además, vivir en la incertidumbre puede suponer una inquietud
añadida que magnifica el posible trastorno que se intenta evitar. Se puede
afrontar aquello que sabemos y entendemos, pero el temor a lo que desconocemos
o imaginamos no nos lo permite. Por otra parte, una información equivocada,
incompleta o basada en falsas creencias puede conducir a una actitud defensiva
o agresiva, sustentada en un razonamiento, que aunque sea erróneo, para aquel
que lo sostiene puede ser el único válido. En ambos casos, el conocimiento no
es el problema, sino la solución; siempre que sea riguroso, crítico y se base
en fuentes expertas y contrastables.
Respecto a la ciencia
aplicada, se suele defender que el problema no es el conocimiento, sino el uso
que hacemos de él; cómo, en qué y para qué lo empleamos. Aunque hay que admitir
que a lo largo de la historia se pueden encontrar ejemplos de ética
cuestionable e incluso contrarios a la legalidad, existen numerosos comités,
organismos y normativas que intentan regularlos y limitarlos, como la Declaración
de Helsinki sobre la investigación biomédica, el Protocolo de Ginebra sobre la
prohibición del empleo en la guerra de gases asfixiantes, tóxicos o similares y
de medios bacteriológicos, el Tratado de no Proliferación de Armas Nucleares,
el Tratado de Prohibición Completa de Ensayos Nucleares, etc. Sin embargo, la
velocidad a la que avanza la ciencia, su amplitud y complejidad pueden suscitar
la desconfianza por parte del lego. La información sería la herramienta
apropiada para mitigarla.
Pero para que la información llegue
y se reciba de forma adecuada, hay que generar confianza y captar la atención
del público. Si el emisor es una figura distante, que habla en un lenguaje
indescifrable para el receptor, aunque haya disposición por ambas partes, no
habrá comunicación; lo que puede contribuir a la indiferencia o al escepticismo.
Por tanto, la oposición a
la ciencia podría tener su origen en el desconocimiento, o en un conocimiento
sesgado o erróneo. Y, si bien la información es el mejor remedio, la forma de
transmitirla debe ser atractiva, comprensible y generar confianza; de lo
contrario, podría causar más desinterés, frustración y rechazo.
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