¿Qué entendemos por tercera cultura? ¿Existe más de una cultura?
En esta reflexión se comparan dos visiones de la tercera cultura, la de Charles Percey Snow (1964) y la de John Brockman (1995).
C. P. Snow, físico y escritor, en su conferencia Las dos culturas (Cambridge, 1959), señala la dicotomía existente entre las dos culturas, la tradicional y la científica. Las sitúa en polos opuestos que o bien se ignoran mutuamente, o no se comprenden, o, en el peor de los casos, se desprecian abiertamente.
Por una parte, la cultura tradicional está representada por los intelectuales literarios, pertenecientes a las Humanidades y poseedores del saber necesario para autodenominarse intelectuales. Estos, a ojos de los científicos, viven individualmente en una realidad trágica en la todos estamos solos, y la trasladan a la sociedad como colectivo, de la que finalmente se desentienden. Por otra parte, la cultura científica es rigurosa, metódica, intensiva y activa. Los científicos reconocen la realidad trágica individual, pero no la admiten en la dimensión social. No se rinden a la fatalidad, sino que buscan activamente qué pueden hacer al respecto, es el optimismo científico.
Snow lamenta el enfrentamiento de ambas culturas, no solo por el empobrecimiento personal para ambos bandos, sino por la pérdida de los beneficios que la sociedad podría obtener de su colaboración. Sobre todo, si se tiene en cuenta el contexto histórico de la guerra fría, la separación entre ricos y pobres, y la de países industrializados y no industrializados.
El propio Snow, ante las críticas recibidas, revisa su postura en Las dos culturas: un segundo enfoque (1964). Aunque se reafirma en su concepción de las dos culturas, lleva a cabo una autocrítica en la que admite que su percepción de estos extremos estaría influida y limitada por el entorno educativo inglés, y que hay un amplio abanico de posiciones intermedias. Además, señala su miopía hacia una nueva corriente emergente, que denominó la tercera cultura. En esta, se integrarían las dos culturas, con una apropiación crítica de la cultura científica por parte de la cultura tradicional. El objetivo de esta tercera cultura sería aplicar los conocimientos de ambas para lograr el bien común. Se enfrenta así al pesimismo social. Admite la tragedia individual, pero apuesta por la revolución científica como solución a la tragedia social.
Brockman, editor de divulgación científica, en La tercera cultura. Más allá de la revolución científica (EE. UU., 1995), recoge varias entrevistas a investigadores (biólogos, filósofos, físicos, evolucionistas, informáticos, psicólogos). Defiende una tercera cultura con un sentido distinto al de Snow. Brockman critica duramente a los intelectuales tradicionales, los hombres de letras. Les considera arrogantes e ignorantes de cualquier avance científico. Encerrados en sí mismos, no solo no establecen ningún diálogo con los científicos, sino que tampoco lo hacen con el público general, de lo cual se vanaglorian. Insisten en discusiones sobre temas de poco interés para el resto de los mortales, a las que dotan de profundidad mediante el uso de un lenguaje enrevesado, de difícil compresión para los legos. Sus trabajos tuvieron una gran difusión en el pasado, por el predominio de sus afines entre los responsables de los medios de comunicación escritos.
Frente a estos intelectuales tradicionalistas, los intelectuales de la tercera cultura están interesados en lo que ellos consideran las cuestiones fundamentales, que nos permiten comprender el mundo y a nosotros mismos; supondría un retorno a la filosofía natural, la importancia del conocimiento en sí mismo. La tercera cultura también tendría un fin social, pero no sería el de buscar activamente el bien colectivo, sino el de acercar el conocimiento científico, que puede afectar a la vida diaria, al público general. Los científicos se convertirían en divulgadores, intelectuales públicos, y la ciencia en cultura de dominio público. Así, al igual que criticaba a los intelectuales literarios, critica a los científicos que se guardan sus conocimientos y descubrimientos para sí mismos, en publicaciones especializadas que utilizan un lenguaje solo accesible para otros científicos de su propia rama.
Ambos autores destacan la división entre dos culturas, la tradicional literaria y la cultura científica. Sin embargo, mientras que Snow aboga por una tercera cultura, como una nueva vía en la que se integran ambas y aúnan sus esfuerzos con un fin eminentemente social, el bien colectivo. Brockman desecha a los intelectuales tradicionales, de los que realiza una crítica feroz, y eleva a los científicos que pasan a ser los intelectuales de la tercera cultura. Su enfoque social se dirige a difundir el conocimiento científico al público general; hacer la ciencia accesible a la sociedad gracias a los científicos comunicadores.
Puede que Snow, como le recriminan sus críticos, peque de ingenuo al confiar en su tercera cultura para resolver los problemas sociales mediante la revolución científica. Al igual que Brockman lo puede hacer de arrogancia, al pregonar la superioridad de las ciencias sobre las humanidades. En mi opinión, habría que evolucionar tomando lo mejor de cada corriente, sin ignorar ninguna. Además, aunque parecen contemplar un fin social, ya sea el bien colectivo, o la difusión del conocimiento; ambos lo hacen desde un plano alejado de la propia sociedad. Snow solucionaría los problemas sociales formando científicos que destinarían sus conocimientos a ese objetivo; mientras que Brockman comparte estos conocimientos con el público general de forma unidireccional. Olvidan que el individuo, las instituciones y la sociedad se mueven por otros intereses, más inmediatos y a veces egoístas (económicos, políticos, etc.), a parte de la cultura, tradicional o científica. Tal vez el problema de los dos planteamientos no radica ya en la separación entre las distintas formas de entender y vivir la cultura; sino en la fractura entre un nivel de expertos o intelectuales y otro de legos o público general. No existe una relación bidireccional con la sociedad, o se la salva o se la educa, pero no participa de forma activa en el proceso.
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