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| Imagen de Gerd Altmann en Pixabay. |
Un reportaje sobre la relación entre la pandemia de COVID‑19 y el herpes zoster (HZ) plantea varios interrogantes:
¿Ha aumentado la incidencia del HZ en España durante la pandemia? Si es así, ¿de qué manera lo ha hecho?
¿La COVID‑19 eleva el riesgo de desarrollar HZ? ¿De forma generalizada o en algún grupo poblacional? ¿Con las mismas características que en las personas no infectadas por coronavirus o varía su presentación y gravedad?
¿Las vacunas contra la COVID‑19 se asocian con la aparición de HZ? ¿Hay alguna población más vulnerable? ¿El riesgo supera el beneficio de la vacunación?
¿Qué es el HZ? ¿Cómo se manifiesta? ¿Es una enfermedad grave? ¿Cómo se trata?
¿Qué vacunas están aprobadas contra el HZ? ¿Quién debería vacunarse? ¿Existe un programa nacional de vacunación contra el HZ? ¿Cómo lo están llevando a cabo las distintas comunidades autónomas?
Desafíos
Contestar a estas cuestiones de manera adecuada conlleva varios retos.
El primero y tal vez más complicado es enfocar el artículo a la perspectiva del lector. Es decir, ponerse en su lugar. Encontrar un punto de partida intermedio entre lo que le podría interesar y todo lo que querríamos contar.
Por otra parte, en una época en la que las noticias sobre nuevas infecciones está a la orden del día y la información al respecto evoluciona constantemente, ceñirse a la evidencia existente constituye un problema. Habría que intentar recoger toda la información posible, filtrarla y explicar su grado de certeza. Y evitar afirmaciones o negaciones absolutas que al día siguiente podrían dejar de ser válidas. Lo más importante: no generar más confusión ni alarmismo innecesario.
Con este objetivo se consultarían diversas fuentes y se compararían los datos: webs de instituciones oficiales y organizaciones médicas reconocidas, opiniones de expertos, estudios publicados en revistas científicas con revisión por pares (a ser posible con alto nivel de evidencia como revisiones sistemáticas y metanálisis), etc.
La citación de estas fuentes aportaría credibilidad al artículo. Sin embargo, solo se incluirían las estrictamente necesarias para evitar abrumar al lector y facilitar su comprensión. Al final se podría añadir un apartado de "para más información" con enlaces a otras fuentes y recursos.
También se debería evitar el exceso de datos. Y los que se muestren, hacerlo de forma simplificada. En cifras mejor que en palabras y, a ser posible, con apoyo gráfico.
Además, habría que reducir el lenguaje técnico. Y si se emplea algún término especializado, se acompañaría de una breve explicación.
Para resumir vuelvo al inicio: ponerse en el lugar del público al que nos dirigimos.
Nota: Esta entrada corresponde a la segunda de una serie de cinco sobre la preparación de un reportaje periodístico científico.

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