Categorías, esencia y discriminación

 


Si partimos del planteamiento del realismo científico, existe un mundo real independiente del observador, al que se refiere la ciencia; los objetos o fenómenos que pertenecen a este mundo real, podrían clasificarse en géneros o categorías reales según sus propiedades o esencias naturales, lo que facilitaría su estudio. Se agruparían por sus semejanzas, conforme a su esencia, entendida como «propiedad  necesaria y suficiente para incluirlas dentro de una categoría» (esencialismo). Por otra parte, se pueden establecer categorías que no atiendan a las propiedades reales o naturales, sino que dependan de la intención del clasificador (el observador), mediante clasificaciones convencionales (convencionalismo). Ian Hacking califica estas últimas categorías como construidas. Las determinan la sociedad, las costumbres, la cultura, las instituciones, etc. (construcción social); no serían esenciales, sino contingentes.

Además, Hacking añade un matiz, distingue entre clases indiferentes y clases interactivas, e incide en la consciencia como factor fundamental. Si se clasifica a una persona en una determinada categoría, esa persona, consciente de las implicaciones y connotaciones que tiene pertenecer a esa clase, podría modificar su comportamiento de tal manera que obligaría a cambiar su clasificación. De esta forma, se establece un bucle entre el clasificador, la clasificación y el sujeto clasificado. Este tipo de clasificación se consideraría interactiva. Esta relación interactiva afectaría, normalmente, a las clases construidas, aunque se ha visto cierto grado de influencia entre el entorno (contexto) y los factores biológicos (clases naturales). Por el contrario, la clasificación de un objeto inanimado o de un ser vivo que no es consciente de tal categorización no puede modificar su comportamiento o propiedades, ni por tanto su clasificación; en este caso se trataría de clases indiferentes. Así, las clasificaciones de las ciencias naturales, que se centran en los géneros reales, serían indiferentes; mientras que las de las ciencias sociales, serían mayoritariamente interactivas.

Por tanto, distinguimos entre clases naturales y clases construidas. Es más, a una categoría natural se le pueden adjudicar categorías construidas socialmente, pero que no son intrínsecas a la primera. Y es importante distinguirlas. Por ejemplo, la relación entre el sexo genético o biológico (condición sexual), determinado por la carga genética u hormonal, y el concepto de género como identidad sexual, que varía dependiendo de la sociedad, la época, la cultura o la religión. En medicina, es importante tener presente el sexo genético o biológico para la detección de determinadas enfermedades como el cáncer de mama o el de próstata. Evidentemente el último caso es exclusivo de los varones, mientras que el cáncer de mama es más frecuente en las mujeres por el componente hormonal, pero también se puede dar en los hombres. En este caso, la condición sexual influye en el diseño de programas de salud preventivos. Sin embargo, el cáncer de pulmón, cuya prevalencia es mayor en los varones, no está determinado por el sexo, sino por factores sociales. Culturalmente, el hábito tabáquico ha sido más importante entre los varones, por lo que tienen un porcentaje de cáncer de pulmón mayor que el de las mujeres.  Por tanto, es necesario reconocer, solo en su justa medida, el papel de la condición sexual en determinadas enfermedades y actuar en consecuencia. Este mismo razonamiento se podría trasladar a otros ámbitos como el laboral.

De manera similar, se podría discutir los conceptos de discapacidad e incapacidad. Una discapacidad se puede clasificar dentro de las clases naturales, en el sentido de su base biológica. No obstante, tiene implicaciones socio-laborales que incluirían la incapacidad laboral. No se debe confundir la discapacidad con la incapacidad. Una persona con discapacidad puede poseer las aptitudes necesarias para desarrollar distintas labores profesionales según su tipo de discapacidad, y se deben facilitar las condiciones necesarias para que pueda llevarlas a cabo. Igualar discapacidad a incapacidad, y excluir directamente a las personas con discapacidad del mercado laboral, sería una forma de discriminación.

En resumen, hay propiedades que son naturales y propiedades construidas, que pueden asociarse a las primeras y que dependen del contexto social. Y es importante reconocer ambas, para intentar garantizar el mejor desarrollo personal, social y laboral del individuo.

Es cierto que intentar decidir si una clase es natural o construida puede resultar en ocasiones controvertido. Sin embargo, en mi opinión, el proceso de categorización puede dar lugar a un problema mayor. Cuando, en base a estas clases, se define a un individuo o a un grupo de individuos por una única cualidad, natural o construida, de forma injustificada o interesada; y se le otorgan ciertas propiedades, que no se derivan ni corresponden con la cualidad característica; más aún, cuando se intentan justificar como reales o naturales; se abre la puerta a la discriminación.

Este fenómeno podría sustentarse, entre otros pilares, en el concepto de esencia. ¿Qué se entiende por esencia? De acuerdo con la primera acepción de la RAE[1], esencia sería «aquello que constituye la naturaleza de las cosas, lo permanente e invariable de ellas»; o  según su segundo significado, «lo más importante y característico de una cosa». La primera definición se podría ajustar a los géneros naturales. Ahora bien, determinar qué es lo más importante o característico de un ente, puede ser más complejo. Un objeto o individuo puede presentar distintas propiedades naturales o construidas, y puede estar incluido en varias clasificaciones según a qué propiedad se atienda.

Determinar la entidad de objetos inanimados puede resultar aparentemente sencillo. Por ejemplo, un material puede clasificarse como metal si según la RAE «es buen conductor del calor y de la electricidad, con un brillo característico, sólido a temperatura ordinaria, salvo el mercurio, y que en sus sales en disolución forman iones electropositivos o cationes». Todo elemento químico que presente estas propiedades puede ser clasificado como metal. Pero, ¿hay una única propiedad definitoria de metal, o es un conjunto de propiedades? Conductor, brillante, sólido a cierta temperatura…

Si subimos un peldaño, ¿qué define a una silla?, ¿su forma, su capacidad, el material del que está hecha, su funcionalidad? Si es su funcionalidad, que sirve para sentarse, podría ser también un sofá o un sillón. Por tanto, la funcionalidad sería una categoría que englobaría a los tres. Hay sillas de distintas formas y materiales, tampoco serían definitorios. La RAE recoge que una silla es «un asiento con respaldo, por lo general con cuatro patas, y en que solo cabe una persona». Abarca su funcionalidad, asiento o mueble para sentarse, su forma y su capacidad. No obstante, estas propiedades también podrían corresponder a un sillón; de hecho, considera a este como «una silla de brazos, mayor y más cómoda que la ordinaria».  

Pasemos a los seres animados, aquí se pueden encontrar multitud de categorías. Si nos fijamos en organismos sencillos como las bacterias, estas comparten que son procariotas y se multiplican por división binaria. A su vez, podemos clasificarlas según su forma (cocos, bacilos, espiroquetas), su necesidad de oxígeno (aerobias/anaerobias), su metabolismo, etc; subcategorías que también pueden aplicarse a otros tipos de organismos. No obstante, parece que lo esencial de las bacterias, lo que las define, es: «un microorganismo unicelular procarionte que se multiplica por división binaria». Su definición incluye varias propiedades que corresponden a distintas categorías: unicelular/pluricelular, procarionte/eucarionte, reproducción asexual (división binaria)/sexual. Propiedades que se pueden encontrar en otros tipos de organismos. De nuevo, ¿se puede distinguir una única propiedad característica o se trata de un conjunto?

Llegamos a los seres vivos complejos, los animales. Podemos clasificarlos según cualidades naturales como su estructura ósea (vertebrados/invertebrados), alimentación (herbívoros, carnívoros, omnívoros), reproducción (ovíparos, vivíparos), etc.  Ahora bien, si nos fijamos en uno, el león por ejemplo, ¿qué lo define? Según la RAE es «un gran mamífero carnívoro félido africano, de pelaje amarillo rojizo, con la cabeza grande, los dientes y las uñas muy fuertes, la cola larga y terminada en fleco de cerdas, y cuyo macho se distingue por una larga melena». Podríamos decir que su forma de alimentación a base de carne es la cualidad esencial para clasificarlo como carnívoro y otras cualidades esenciales lo incluirían en otras categorías como vertebrado, mamífero o félido. Pero, ¿lo podríamos definir por una sola de estas cualidades?, ¿alguna se podría considerar esencial, necesaria y suficiente, para clasificarlo como un león? ¿Cuál sería su esencia en la segunda acepción del término? Parece que más que una única propiedad, sería el conjunto de todas ellas.

Último nivel, el ser humano. Aquí sumamos las propiedades construidas a las naturales. Podemos clasificarlo según las categorías mencionadas anteriormente como un ser animado, vertebrado, mamífero, omnívoro, vivíparo, racional y consciente. También podríamos clasificarlo según su condición sexual, género, edad, origen, etnia, raza, nacionalidad, estado civil, religión, profesión, aficiones, etc. Las posibilidades son innumerables. Cada individuo presentará una propiedad natural o construida, esencial para clasificarlo dentro de cada una de estas categorías. Ahora bien, ¿cuál es la característica esencial que lo define?, ¿es solo una propiedad o un conjunto?, ¿son más importantes las cualidades naturales o las convencionales?, ¿quién determina su entidad?  Probablemente sería difícil escoger una única cualidad que le defina. Más bien sería un conjunto, con cierta jerarquía, en el que el individuo otorgaría una prioridad variable a cada propiedad. Y entre las que podría llegar a considerar la más prioritaria como la esencial. Posiblemente serían las construidas las que más peso tuvieran, aunque su importancia podría variar según la situación. Un individuo podría declarar su pertenencia a un grupo con el que considerase que comparte más elementos, según sus prioridades, intereses o motivaciones. Así podría autodefinirse según su profesión como médico, ingeniero, carpintero, músico…; según su origen, etnia, nacionalidad, religión…; incluso según sus aficiones, como seguidor de un equipo deportivo. Sería el propio individuo quien determinase cuáles son sus características esenciales.

Ahora bien, si se intenta definir a un individuo por una única cualidad, natural o construida, de forma externa al mismo; por la que se le incluye dentro de un grupo definido también por esa única característica; y además se le asocian unas cualidades, propiedades o comportamientos ajenos a esta característica, que no se derivan o relacionan con ella; en base a prejuicios, suposiciones, experiencias personales sesgadas o intereses particulares, económicos, políticos, etc.; se estará dando pie a la discriminación hacia ese individuo o grupo.

Al reducir al individuo a una única cualidad que se le asigna como característica esencial —género, raza, religión, nacionalidad, condición física, etc.—, se pueden observar dos efectos. En un extremo, el individuo puede asumir este arquetipo y adaptar sus comportamientos a él, condicionado por la autoridad (el clasificador). O, en el otro extremo, puede enfrentarse a esta clasificación y crear una nueva; en la que la característica impuesta como esencia pasa a adquirir una prioridad mayor de la que tenía para el individuo antes de ser categorizado, y a la que este asocia nuevas propiedades. Se genera así una nueva identidad de grupo reforzada, que podía no haber sido necesaria previamente, y nuevos comportamientos que se oponen a la clasificación impuesta desde el exterior.

Para terminar, citaré el artículo 21 de no discriminación de la Carta delos Derechos Fundamentales  de la Unión Europea de 2010: «Se prohíbe toda discriminación, y en particular la ejercida por razón de sexo, raza, color, orígenes étnicos o sociales, características genéticas, lengua, religión o convicciones, opiniones políticas o de cualquier otro tipo, pertenencia a una minoría nacional, patrimonio, nacimiento, discapacidad, edad u orientación sexual».



[1] RAE: Real Academia Española de la Lengua.

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